domingo, 24 de julio de 2022

La gata ucraniana

 El ruido sordo era tan insoportable que solo tuvo la fuerza suficiente para cerrar los párpados. Ese sonido nunca lo había escuchado tenía grosor, forma y densidad. Cuando el estruendo cesó, Leka abrió los ojos. Se percató al instante que ella, y toda la habitación donde se encontraba estaba desplazada unos milímetros, nunca se hubiese dado cuenta de ese minúsculo detalle. Su realidad se había tambaleado y en ese vaivén agitado todo se desplazó. Supuso que poder percatarse de eso sería el único superpoder que otorga que un proyectil impacte contra un edificio que está a menos de 200 metros de ti. 


Es bastante curiosa la forma que tiene nuestro cerebro de procesar la información. Leka, se percató más fácilmente de que todo tenía posición alterada, y no que los cristales de las ventanas formaban un bonito mosaico en el suelo. Todos los recuerdos que se posaban encima de muebles y mesas estaban estropeados. De repente parecía como sí en el segundo en el que el proyectil tocó el edificio de enfrente, la vida se hubiera parado para acelerar cincuenta años. 

Sacudió la cabeza con la esperanza de quitarse de encima la sensación de muerte. Fue corriendo a buscar un espejo, podría parecer narcisismo pero necesitaba ver si se seguía reconociendo. Necesitaba ver algo de su pasado, un pasado de hace 2 minutos. 


Un trozo de espejo puntiagudo del baño le devolvió la mirada, unos ojos de terror que no parecían suyos, pero sin embargo estaban en su cara. Giró sus pies para dar la espalda a lo que parecía ser ella, y caminó cinco pasos para ir a su habitación. Se encontró con unos bigotes inquietos que asomaban por debajo de la cama. 


<<¡Mía estás ahí!>>. Leka inmediatamente se tumbó en el suelo y extendió la mano para tocar Mía. La gata estaba temblando, tenía el cuerpo rígido y el pelo erizado. No conseguía moverla. Enseguida Leka se percató de lo que sucedía, si ella no era capaz de saber lo que había pasado, su gata no lo entendería jamás. Ese pensamiento activó en ella una faceta que no conocía, la supervivencia. Por ella y por su gata, ambas tenían que seguir con vida. Tan simple y tan difícil. 


Mientras sonaban incesantemente las sirenas de alerta de bombardeo. Leka hizo una mochila con documentación, medicinas, efectivo y comida. La ropa o los recuerdos quedan totalmente prohibidos en la frecuencia sonora de la guerra. 


Salió por la puerta con una mochila de provisiones a la espalda y su gata en otra mochila colgada del pecho. No miró atrás, al igual que no cerró la puerta con llave. Porque dejó las llaves dentro en recuerdo a la Leka del pasado, la misma que siempre se olvidaba las llaves y que esta vez, no es que no iba a poder entrar en su casa, es que no podría volver a su vida tal y como la conocía. 


Pasaron los días de refugio en refugio viendo desde cerca, tan cerca que dolía el alma, la crudeza de la guerra. Noches veladas y días de hambre, lágrimas secas y sonrisas destruidas. Mía fue especial en cada refugio que visitó, se dejó acariciar por los niños y se tumbaba encima del regazo de los ancianos. Su presencia era tan satisfactoria que en pequeños instantes era capaz de dar luz a la oscuridad de la guerra. 


Leka sintió que era el momento de escapar, cuando vio morir a una mujer embarazada. Ella no podía seguir viviendo en un lugar en el que no se permitía el nacimiento de nuevas vidas. Esa misma mañana cogió a Mía y salió del refugio. Con el efectivo que había guardado pudieron coger un autobús que les llevaría a la frontera de Polonia. En seguida entendió porque se llamaba corredor humanitario, esas atrocidades solo las podrían causar los humanos. 


Llegó a la frontera con Polonia, y escuchó de los rígidos labios de un militar la frase que cambiaría el curso de vida. << Lo siento, pero la gata no puede pasar la frontera>>. 


Sudor, frío y respiración entrecortada para tratar de procesar la frase. Nunca supo que los pensamientos podrían ser puñales, la indecisión se apoderaba de ella. Si se quedaba podría morir, pero si se iba la mitad de ella moriría automáticamente al abandonar a Mia. Así que cerró los ojos y abrazó a Mía mientras le daba la espalda al militar, a la libertad y a su vida por permanecer con su gata aunque solo fuera por un día.


Dedicado a todos los ucranianos que tuvieron que decidir entre su vida o su mascota. La guerra son decisiones y las más duras se toman en frontera, nadie dejaría atrás a alguien de su familia y las mascotas se convierten en eso.


Ese proyectil no solo desató la guerra entre dos países, también encendió en el corazón de todos los ucranianos la llama de la supervivencia. Que nunca se apagará.



Concurso de relatos #HistoriasdeAnimales zendalibros.com



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